marzo 24, 2008

FELICES PASCUAS DE RESURRECCION





A 28 años de su martirio

24 DE MARZO 1980
24 DE MARZO 2008


Homilía de Monseñor Romero:
¡Qué hermosa sería la fe y la esperanza de los cristianos si se tradujera, no sólo en oración individual, sino también en esta proclamación pública, de que Dios quiere su reino en esta tierra! Yo quisiera que todos mis queridos hermanos, sacerdotes, religiosos, religiosas, colegios católicos, comunidades cristianas parroquiales, viviéramos esta certidumbre de nuestra fe y de nuestra esperanza. Que no estamos con una quimera, con un conformismo, estamos viviendo la realidad que dice San Pablo de aquellas cosas que no se ven; pero no por no verse, no son las cosas más reales. La realidad, aunque no se mire, aunque no brille como el oro, aunque no seduzca como el halago de los poderes, es la verdadera realidad, la que esperamos, no por nosotros mismos -que ésto es lo grande y en esta consideración termina esta homilía- es que nosotros no somos ilusos; es que nosotros confiamos, como Abraham, en la promesa que ya no es sólo promesa, sino que, desde que Cristo resucitó, es realidad. El Cristo resucitado que en la noche de la vigilia aquí, en Catedral, oímos a los grupos de oración gritar: "¡Cristo vive!" Cristo vive, hermanos. El Divino Salvador del Mundo no es una ilusión en la piedad del corazón, es un personaje, Dios-hombre que vive, centro de la historia, y que nos empuja a todos a construir un mundo verdaderamente digno de esa vida que no perece. En él está nuestra esperanza.
Si se ríen de nosotros, como sé que se ríen cruelmente cuando están torturando a nuestros catequistas y a nuestros sacerdotes, "¿Dónde están sus esperanzas?", y creen que es más fuerte el fusil que los golpea y el tacón que los patea, que la esperanza que llevan en su corazón. La esperanza será después de todo eso. Todo eso quedará, como quedó sepultado en las aguas del mar Rojo aquel ejército. En el mar Rojo quedó sepultado el ejército que se creía prepotente contra el pueblo de Dios y la esperanza del Señor cantó la victoria en aquel canto de Moisés: señal de la victoria eterna que cantaremos todos si de veras vivimos con la humildad de Abraham, de Moisés y de todos los santos que han vivido en la tierra sabiendo que en Cristo resucitado se ha decretado ya la transformación del mundo y que nadie la puede detener.
Cristianos, trabajemos con Cristo, afiancemos muy hondo, en la santidad y en la oración, esta esperanza y esta fe. Que las circunstancias actuales de nuestra Iglesia y de nuestra patria, en vez de apagarnos esta llama, la haga brillar más hermosa y sentirnos más cerca de que Dios está más cerca del que espera en él y del que cree en él. Así sea.

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