abril 30, 2013

Ella, la eterna niña de los cafetales.







Para Margarita Herrera.

Ella, la eterna niña de los cafetales.

Ella que nació con estirpe de guerrera, linaje de princesa, futura fuerza de mujer valiente, la niña de los ojos de un padre que le amaba con devoción. Horas rebosadas de dulce contemplación.

Ella que jugó en el patio grande de una casa que vigilaba los cafetales en flor, amiga de los niños y de las niñas que habitaban un mundo de carencia, adonde ella pensó nunca podría ir. Un alma generosa, ella que a su Niño Dios se abocó, para pedir el regalo más noble que alguna vez a los hijos de los jornaleros pudieron ofrecer: el Mar.
Mediste con tus pulgares los cafetales, sabías que el mar cabía en ese espacio idílico, loco y soñador, bailaste al ritmo de los vientos del mar que llegaban hasta las montañas verdes y floreadas, sueños de gaviota, ya te imaginabas con tu dulce libertad.
Ella, que perdió la fe en medio de su quimera, en su corazón se gestó la desilusión de un Niño Dios que no llegaba para los pobres, al mismo tiempo nacía en ella una conciencia rebelde que sería el bastión de su propia vida, de sus convicciones.

Ella que guardó en los compartimientos del olvido los años de infancia, el dolor de la promesa no cumplida… Días extraviados que sirvieron para convertirse en adolescente desterrada, viajera sin mapa, saeta sin rumbo, caminante silenciosa, todo ahora en sinfonía de olvido.
Ella, la que se convirtió en mujer en tierras lejanas, y retomando el curso de la tierra que la vio nacer, decidió entregarle a la humanidad tres parcelitas de su vientre maduro, y así la niña de linaje de oro se convertía en madre.

Ella, la que jugó con muñecas de porcelana y años más tarde aprendió a empuñar un fusil, la que caminó junto al profeta para denunciar, para mostrar al mundo las injusticias que partían en dos su corazón, ella la que más tarde lloraría, con inmenso dolor, la sangre injusta que derramaron los mártires de la guerra, monstruo que se comía a grandes y sangrientos bocados su país de cafetales en flor.

Compañera en la lucha de aquellos hombres y mujeres que fueron hijos de obreros, de jornaleros, de costureras, de campesinos, de vendedoras, de prostitutas, de cocineras, de pescadores… Ahora juntos sin una clase que les separe, sin una barrera que les impida compenetrarse. Ella, la que desde chiquilla quiso aminorar el dolor de la pobreza, ilusa compañera de guerra. Mi guerrillera.

Ella, la que caminaba sobre una bomba de tiempo, aferrada a las agujas de su propio reloj, agujas con las que tejía sus sueños, su cara siempre irradiada, con la sonrisa que adornaban sus ideologías, su cabeza alzada con el porte de una mujer combatiente, sobre sus hombros los sueños de libertad de una nación a la que ella tanto amó y en su alma el dolor de los caídos que abonaban los ideales de su corazón.

Ella, la que cambio los tacones por unas botas, la cartera por el fusil, la cama por los caminos, los banquetes por las tortillas y los frijoles, la que aprendió la danza del fuego con las mujeres del campo, la que se alumbró en noches solitarias con las estrellas del cielo, la mujer enamorada de su comandante, la que respiraba victorias; ella, que se enardecía con el puño alzado. En ese puño guardaba las noches de utopía, sueños delirantes que un día se realizarían. Ella, la mujer soñadora, creadora de libros, pluma de la poesía y de los cuentos que otros concibieron, la eterna niña de los cafetales, la madre, hija y hermana, amiga y compañera…

Ella, ahora, la musa de mis versos.


Lapislázuli.




 


abril 23, 2013

EL COLOR DE MIS DÍAS...




Caminé desolada sobre las plataformas de la estación del tren, el perfume del invierno era fuerte y penetrante, la tarde empezaba a caer, de las casas aledañas se escapaba el olor de las chimeneas, gruesos troncos ya muertos dando calor al humano cuerpo. Colores vivos de fuego.

Ahí estaba  ella, sentada, con la mirada fija en un punto en donde se le escapaba la vida, en  el cual se le perdían los minutos lacerantes que  le incrustaba el desamor en la piel, años desaprovechados y perdidos en la confusión.

Me senté a su lado, yo estaba nerviosa, ella no se inmutó para nada.

_Buenas tardes.   Dije con cierto temblor en la voz.

Alcancé a sentir un suspiro que llegó débil hasta mi respiración, lo inhale profundamente para conocer más de ella. Su esencia, su aroma. Su color.
Me quedé sentada a su lado como si una vida entera hubiésemos compartido juntas. Ella seguía con la mirada perdida y yo cabizbaja con la mirada sobre los rieles del tren.

Ambas no teníamos un rumbo determinado, no importaba si esa noche rodaría o no ese vagón que esperábamos por tantos años. No conocíamos horarios ni destinos, solo sabíamos que era el lugar donde podíamos cambiar el eje central de nuestra vidas. Sepultar las horas muertas. Dar fin a un ciclo que se despedía sin retorno alguno.

El silencio nos abrazaba de tal forma que ninguna de las dos sentíamos frío, el aire era ligero, transparente. Sin color. Se alojaba en los huesos y nos borraba el dolor del alma. Después de un largo rato se rompió la mudez. Su voz era melodiosa, pausada y dulce.

_El cielo está muy oscuro_  Dijo, sin quitar la mirada de su punto en el infinito.

Suspiró y volvió a hablar suavemente

_Las estrellas se han ido y hace mucho tiempo que orbito alrededor de un inmenso agujero negro, hay una extraña fuerza que me llama para habitarlo, y otra que me retiene en los afluentes de la vida, sin saber si llegare hasta el vasto mar. Azul profundo.

Al escucharla se me estremeció el alma. Busqué con desesperación sus ojos, pero ella no me los mostraba.

Le dije con vos suave:  _yo también, a veces no sé quién soy.
Deseo tanto  como tú, escapar, abandonarlo todo, volver a nacer en otro lugar, en otra dimensión, con otra historia. Un nuevo color de piel.
Sentirme despojada y libre de mi pasado, de mis errores, de mis derrotas…

Ella me interrumpió y dijo:

_En noches tan largas como ésta, sueño en habitar un espacio físico, idílico, perfecto, en calma, apenas quebrado por sus silencios, por los sonidos de la naturaleza en movimiento, por la silueta de mi propia soledad. En noches como ésta, suele ser el espacio real el que me da toda la fuerza condicionante y contradictoria de mi pobre existencia, de mi gris destino. Negro-blanco.

Hubo un silencio gélido y eterno, solo se vio roto por un suspiro mío que caía al mismo tiempo que una lagrima de sus ojos tristes. Colores transparentes.
Mi voz empezó a salir suave, trémula… tratando de que sonara con la dulzura de un verso, con la magia de la poesía, con el color de la música, como cuando el dedo meñique toca un Si en la última escala del piano para cerrar la obertura.

Después de un tiempo, que no se medir aún, rompí los colores del silencio y dije:

_Yo también me he sentido sola en ésta vida, espacio limitado, paredes de algodón, que se transforman en universos imaginarios adonde puedo escapar, estoy aquí ahora… contigo_, dije admirando el brillante blanco de la primera estrella que asomaba.


Ella preguntó.
_ ¿Y los otros?

Antes de responder, busqué su punto en el infinito, ahora en el cielo menos oscuro por la noche fría del invierno y deposité mi mirada junto a la de ella.
Café profundo, color de la tierra, ¡vida!


_Los demás_, dije suspirando.

_Siempre los otros, como sujetos culpables, como trampas cazadoras interpuestas en nuestros caminos.
Ellos y mi consciencia no pueden convivir en mi cuerpo, por lo tanto los demás son desterrados  para enfrentarme a una realidad que solo me pertenece a mí.
 Y sin embargo, ofuscada como suelo estar en noches sin estrellas, atrapada en dolorosas situaciones, entonces, acostumbro a olvidar que, seguramente, de quien estoy tratando de escapar, no es sino de mi propia sombra, de mi eterna soledad, del territorio quizá más inhóspito, cruel y peligroso de cuantos podamos habitar: nosotros mismos.
Sin ellos cerca de nosotros, sin culpables_.

Finalmente, ella retiró los ojos del vacío y me vio directamente al alma y, con una voz dulce, dijo:

_ Eres dueña de tu punto de partida, de tu propio espacio, de tus propias entrañas, de tus sentimientos y pensamientos, de tus actos, de tus palabras, de tus sueños y de las más asombrosas y originales locuras que puedas inventar. Eres dueña de tu vida y sus consecuencias.
Eres arco iris_.


Al oírla hablar, ahora era yo quien tenía la mirada perdida en ese punto del vacío de la noche sin luna.
Color de estrellas.


-¿Sabes…?_ dije suspirando.
_Desde aquí contemplo lo que fue, lo que pudo ser, lo que será, lo que yo decida que sea. Quiero ser feliz.

Ella sonrío para mí por vez primera, sus ojos y los míos se encontraron, su mirada era bella, clara, dulce y apasionada.
El silencio de la noche se rompía con el sonido del tren, la nube de humo adornaba la cabeza de ese enorme dragón que corría a toda velocidad.
El ruido de sus frenos chillantes se conjugaba con las luces que quemaban el hierro de los rieles, en los que hace algunas horas deje la mirada.
El tren se estacionó, mi vagón estaba frente a mí… caminé y antes de subir volví la vista a ella y dije:

_Metamorfosis, agujero negro, horizontes inalcanzables, caminos inconclusos, acantilados sin piedad…
Hoy te enfrento, vida, viajando en el vagón de la felicidad.
¿Quién soy? ¿A dónde voy? ¿Cuándo llegaré?  
No lo sé, el camino me lo dirá.

Ella se levantó, sonriendo alzó su mano para despedirme.

Era hora de irme… Con casi la mitad del cuerpo fuera de la ventana del tren, maquina ahora en marcha grité:
_¿Quién eres?

Susurro viendo hacia el oriente donde despuntaba el alba y dijo, con suave voz…

_Soy el color de tus días…







abril 13, 2013

Ella... la que inspiró a su eterno poeta.



Este es un poema de una gran amigo que se inspiró en uno de mis poemas
de la serie “Ella”


Gracias por  escribir  tus versos para mi, por inspirarte con mis letras, por leerme, por amarme, por nunca olvidarme, por ser ese amor inconcluso que la infancia nos regaló, la adolescencia nos lo guardó y los años de la madurez nos los  devuelven en el delicado humo que emana  del fragante  incienso en el que vuela nuestro espíritu y se quema este amor en nuestras noches de pluma y versos. 

siempre,

tu rosa solitaria.





Ella existe.

Luego, pienso en ella…

Ella se agita como el verbo original,
etérea se difunde, circula, recorre
la soledad de mis sueños, me encuentra
en el punto rojo de mis medias noches de insomnio
o en las tardes de sensual humedad, de nostálgica lluvia.

Ella…

Me habita sin saberlo,
oculta en la hojarasca arrancada de mis ojos por el viento,
simbióticos sentimientos nos unen,
parásitos momentos le robo cuando la leo,
en silencio… a escondidas…

Ella es y esta como difusa, transparente,
presente como luna que cuelga de una esquina
del cuadrado de mi vida.

Ella se pierde… y yo
la niego

Cuando una nota se escapa de su melodía,
al momento que la noche la murmura,
en el instante que un recuerdo la llama o la inventa,
pues cada día la sigo mintiendo en mi existencia

Ella…
Pensamiento…
Palabra…
Elemento…
Tercera persona del femenino perfecto.
Mujer, hada, sinfonía en la transición de
pronombre a sujeto
Aunque… difícil definirla con palabras cuando existen
mil colores para imaginarla

Ella…
Es fantasía, creación, poesía.
Ella…

Le Petit prince.