abril 03, 2012

Entre La Locura y La Cordura

El de la locura y el de la cordura son dos países limítrofes, de fronteras tan imperceptibles, que nunca puedes saber con seguridad si te encuentras en el territorio de la una o en el territorio de la otra. 
Arturo Graf. 

Cuando era una chiquilla mi madre me regañaba porque me quedaba fija viendo algún loco o loca de los que deambulaban por las calles de San Salvador,  _ "Mayelita deja de ver al loco"_ decía mi madre...
Esperen... voy a ser sincera... _"Deja de ver al loco mone'mierda que nos va seguir"._
Ahora si, continuemos... 
Por alguna extraña razón siempre he sentido simpatía hacia los locos, me intriga saber qué hay dentro de sus pensamientos, por qué están en ese estado, qué los ha llevado hasta ese lugar que casi nadie, o más bien nadie vislumbra. Todas las tarde de mi infancia eran de bicicleta, futbol, y explorar el barranco que quedaba al final del pasaje Bustamante, algunos días, y siempre a las 4:30 pm hora inglesa, puntual como nadie, llegaba un loco a nuestro pasaje, desde que lo veíamos en la entrada, mis amigos y yo gritábamos “el loco” y todos corríamos buscando refugiarnos en alguna casa, pero yo siempre me quedaba escondida dentro de un carro Plymouth del año 60 que parecía haber encallado hacía siglos en nuestro pasaje, sus llantas totalmente pachas, pero elegante y señorial, puedo recordar hasta el olor a humedad de los asientos viejos ya con algunos resortes salidos, su timón blanco como si fuese marfil y los botones de la radio que eran cuadraditos, se movía una flechita al empujarlos para adentro y así buscar el dial de la radio, palanca al timón, automático, el pedal del freno del tamaño de un ladrillo y el acelerador como que era para los pies de “pie grande”, tenía cenicero y una guantera inmensa, los seguros de las puertas eran metálicos como un alfiler grande con cabeza plana, el asiento delantero no tenía separación era largo e inmenso.
Desde mi trinchera dentro del Plymouth observaba al loco, siempre andaba descalzo y con la pijama celeste del psiquiátrico, he de contarles que en ese entonces el hospital psiquiátrico quedaba a unos 2 kilómetros de mi casa, así qué, loco que se escapaba lo más seguro era que se fuera por la avenida España y pasara frente a mi casa para dirigirse al centro de San Salvador. El loco caminaba desde la entra del pasaje hasta llegar al barranco, habrán sido unos 100 metros, en la última casa que era la de mis amigas Graciela y Celia María había una mata de plátanos, de la mata siempre colgaba una cosa roja que no sé qué es, quizás la flor o la semilla o qué se yo, pero Fabio mi mejor amigo decía que se llamaba chuspa, el loco llegaba y se la comía, cuando ya iba de salida mis amigos empezaban a salir como animalitos de sus cuevas y el loco se daba la vuelta y les tiraba piedras, siempre me impresiono la fuerza que ese hombre tenía para tirar pedradas, yo como siempre, estaba en palco viendo todo desde la trinchera que nunca descubrió, qué tal si un día se me sube al Plymouth y me dice donde llevarlo, jajajajajajaja!

Su pijama o uniforme del hospital, como les dije antes, era celeste; mi madre una vez nos hizo pijamas a todos sus hijos, por supuesto la mía era rosada, yo era la niña chiquita, pero de la pijama celeste… qué puedo decirles… era de mi hermano Carlos, pues era el hombre, y con eso de los colores y la sexualidad… jajajajajajaja que viva el arco iris!! Supongo que el verde y el amarillo fueron las de mis dos hermanitas mayores. Muchas tardes sentada al volante del Plymouth, con rumbo al país de nuca jamás, pensé en ese hombre y su locura, pensé en ese mundo donde moran ellos, y créame… más de alguna vez pensé qué el Plymouth me llevaría a ese lugar. 

Cuando llegue a vivir a Costa Rica, conocí a otro par de locos, uno vivía en Moravia, y todas las tarde pasaba gritando por la zapatería ADOC que mi madre tenía en el centro, justo atrás de la iglesia San Vicente de Moravia en la calle central, gritaba, “Empanadas” no vendía nada, solo soltaba su pregón de vendedor a todo pulmón, usaba los pantalones tan arriba de su cintura que parecía que lo iban ahorcar, tenía una mirada tierna y dulce, sus ojos brillaban, caso contrario al loco del pasaje Bustamante que siempre estaba con cara de enojo y mucha dureza en su semblante. De “empanadas” me hice amiga, platicábamos mucho, él decía cada locura y yo le respondía con otra igual, quién sabe si ahora tendrá un blog y habla de la salvadoreña loca que le pedía empanadas todas las tardes, jajajajaja! El otro loco era un caso perdido, deambulaba por el mercado Borbón de San Jose, se pegaba un salchichón de forma vertical en la cabeza, la cual estaba rapada totalmente, parecía un extraterrestre con antena, era tanta mi fascinación por verle que después de ir a las oficinas centrales del correo en San Jose me iba caminando hasta el mercado para ir a comprar pejibayes y de paso ver al loco.

Regrese de Costa Rica casi por cumplir los 16 años, para ese entonces ya iba con Fabio al centro de San Salvador a comernos un hot dog Chevere con gaseosa uva tropical, nos íbamos en la ruta dos, en la de San Jacinto o la del Modelo, y nos bajábamos en el parque Hula Hula, nos comíamos nuestro respectivo chévere de setenta y cinco centavos de colón, (ahora 8 centavos de dólar americanos) después nos atravesábamos hacia el oriente de catedral para retornar a casa en la ruta dos, muchas veces nos gastamos el dinero del bus, entonces caminábamos sobre la avenida España desde el centro hasta mi casa, a la altura del cine Majestic se sentaba un loco que tenía los brazos llenos de pulseras hechas de alambres de colores y galvanizados, pero lo mejor de todo era un elegante reloj construido con una lata de pasta de lustrar zapatos, marca nugget , los alambres estaban ya incrustados en su piel, tenía llenos los tobillos y parte de las pantorrillas, yo siempre le preguntaba la hora, es que no podía contenerme, por más que Fabio me regañara y dijera que yo estaba más loca que el mismo loco.
 _Disculpe usted, me puede decir la hora por favor 
   _ Las doce niña, las doce y la gallina no se cose… 
 _ Muchas gracias señor. 
Siempre eran las doce, pero ambos éramos muy ceremoniosos, yo para pedir el favor y él para hacerlo, me sentía como Leoncio en la obra de Enrique Jardiel Poncela “Eloísa está debajo del almendro”.

No crean que solo locos hombres conocí, pero casi… también estaba la loca de las cajas, su nombre se debía a que caminaba con cajas de cartón desarmadas bajos sus brazos, caminaba solo en las cunetas de las calles de San Salvador, con una maraña en el pelo impresionante, yo me preguntaba cuántos piojos habrán habido en ese nido, la loca de las cajas se inmortalizo con mi madre diciéndonos: “Péinense antes de salir, parecen la loca de las cajas” y ahora, mis hijos saben que no se suben al carro si van como la loca de las cajas. 

Había otra loquita que conocí cuando caminaba hacia mi colegio, a ella no la dejaban salir, es decir tenía familia, se asomaba al balcón de una de esas casas viejas tipo victoriana que habían después de la casa Sagrera, siempre entre la Av. España y la 15 calle oriente, era ya una señora pero tenía el cuarto lleno de juguetes, yo le regalaba los tickets del bus y ella muy agradecida me sonreía, nunca la escuche hablar, siempre estaba en pijama y se comportaba como niña chichita, habrá tenido unos 40 años creo yo; una compañera de colegio que vivía por la zona me contaba que se había vuelto loca porque estando frente al altar el día de su boda, el novio dijo no casarse con ella, y que el padre de la novia lo había matado por tal humillación, nunca supe si esa era una leyenda urbana o no, lo que si supe con los años es que era hija del Coronel Osmin Aguirre, quien había sido presidente provisional de la república en los años cuarenta, él no estaba loco, por lo menos eso creo yo, pero al igual que la hija pasaba sentadito en una silla frente a otro balcón de la casa, tampoco hablaba, había sufrido en cáncer en la lengua y fue en esa silla y en ese mismo balcón de su casa adonde la guerrilla lo mataría en el año 77 o 78 si no me equivoco. Al Coronel siempre lo salude con una pequeña y suave inclinación de cabeza, gesto al cual él también respondía de la misma forma, admito que me daba miedo verlo sentado en su silla, que más parecía trono, erguido como si un palo de escoba le atravesara el cuerpo, tenía una delgadez cadavérica, su piel cual pergamino que guardaba historias de horror, pero me encanta esa sensación de enfrentar los miedos, de reto, desafío...  Más de una vez después del saludo corrí sintiendo que el enclenque anciano corría para poner sus manos sobre mi hombro. Pero más miedito me dio cuando con los años leí sobre este personaje que es parte de la historia sangrienta de mi país, Osmín Aguirre tenía en su poder información acerca del levantamiento del 32, participo en el encarcelamiento y tortura del famoso comunista, Agustín Farabundo Martí. 

Recuerdan al loco “Balú”? Si ustedes asistían a misa a la Iglesia María Auxiliadora (Don Rua) o eran estudiantes del colegio Ricaldone, saben de quien les estoy hablando. Ver a Balú era fascinante, cuando en la iglesia habían misas especiales, concelebradas y llegaba algún obispo, la iglesia se vestía de festín, los sacerdotes hacían la entrada desde la puerta principal de la iglesia, caminando hacia el altar mayor, adelante encabezando la procesión iban los monaguillos con el incienso de Castilla, después los niños mayores con la biblia en la mano, seguidos por el obispo con su casulla, su mitra y su báculo, después los sacerdotes comunes y corrientes y adivinen quién iba de ultimo en la procesión?? jajajajaja! Si! Balú, iba con túnica, de colores atractivos con un turbante hindú lleno de pedrería también de múltiples colores, también llevaba Báculo, solo que el de Balú era un palo de guayabo pero elegante.
Se decía que Balú era esotérico, mago, y adivinador, pero en realidad él me lo dijo a mí, soy el profeta Moisés, en las noches cuando yo salía de la universidad lo encontraba sentado en una gasolinera tocando flauta, siempre tenía una daga o estilete amarrada a su cintura, y era un genio jugando con los bastones al aire. 




Encontré estas dos fotos de Balú en internet... Increíble!!
Esos fueron algunos locos de mi infancia, hay nuevos locos por todo San Salvador, pero casi todos son sucios y harapientos, hasta eso ha cambiado, antes los locos tenían un poco más de dignidad, eran verdaderos personajes.

Sigo viendo a los locos de la calle con cierta fascinación, y cuando los miro con insistencia, ahora son mis hijos los que me dicen: “Mami deja de ver al loco”.

Se me quedan en el tintero más locos de quien hablarles pero mejor me quedo aquí, no sin antes contarles que un día tuve que ir al psiquiátrico, que conste, no ha pasar consulta, sino a ser parte de una declaración jurada en un caso jurídico. Entré al recinto, vaya miedito… pero cuando vi a los que tienen en jaulas, y acostados sobre unas camas de cemento, otros sacando las manos por los barrotes y diciendo cada locura, ese día sentí que me iba a desmayar del miedo. 

No dejo de preguntarme: 
¿Qué mundo es ese?
 No deja de fascinarme esa forma tan paradójica de vivir la vida, es como si hubiese un mundo solo para ellos, un mundo extraño, incomprensible, impenetrable…