De mi madre
y su sublime profesión
aprendí el
arte de la paciencia,
supe de la
unión de las partes
retenidas por
el hábito de la constancia.
Descubrí que
las rutinas no siempre son malas,
ni los nudos
dañinos.
Que del amor
hay que cuidarse
como se
cuida con un dedal,
sabiendo que
sus punzadas son crueles
y profundas.
Que hilvanar
no es lo mismo que sujetar y rematar,
siempre las
cosas pueden cambiar.
Pero también
aprendí que los cortes deben ser
respetados y
definitivos,
porque una
vez están hechos ya no hay marcha atrás.
Aprendí la
magia de los colores, las caricias de las texturas,
el sabor
amargo de las equivocaciones.
Aprendí a
reconocer la belleza de un cuerpo desnudo,
que sus
medidas son más que 60-90-60,
es el brillo
de asombro en unos ojos
que
reconocen el arte de unas manos prodigiosas,
las manos de
mi madre.
Los cuerpos, como las emociones, no tienen medidas. Un abrazo.
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