abril 08, 2014

Ellas....




Ellas, las amigas de mi infancia, las compañeras del colegio, las niñas en el patio de recreo, las que bordan, las que estudian, las que rezan, las enamoradas, las que juegan, las coquetas, las rebeldes, las miedosas y las obedientes. Todas ellas pétalos de una misma flor. Estrellas de un mismo cielo. Rayitos de un mismo sol.

Ellas, niñas creciendo para ser mujeres, guardando en sus mochilas los retos y desafíos con los que un día conquistarían sus más elevados sueños. Adolecentes, constructoras de mágicos caminos, hechos de sol y lluvia, dueñas de su eterna juventud, amantes de su espíritu femenino, niñas con sonrisas de miel y caña. Canto de sirenas.

Ellas, que cada día se perfumaron con la fragancia del futuro, se maquillaron con los colores de la primera, arroparon sus cuerpos con el arco iris y, por pendientes, colgaron dos lunas llenas, para iluminar sus rostros de mujeres bellas. Ellas, que aprendieron la danza de la vida, a mover sus caderas con el ritmo de los tambores del corazón, pasos firmes, grito de guerra, mirada al frente. Y en sus ojos, los mapas de ese lejano lugar donde los sueños se hacen realidad.

Ellas, que abandonaron con las alas abiertas los muros de su colegio, se sintieron propietarias del mundo, capaces de andar los caminos más agrestes, de enfrentar las noches más oscuras, de sobrevivir a los inviernos más desalmados; ellas, convertidas ahora en guerreras de la vida.

Fueron muchas las rutas, los caminos trazados, los campos, veredas y montañas, los ríos y los mares que cada una cruzó; el mundo les abrazó como quien recibe a sus más amadas hijas, y las llevó por tierras generosas, pero desconocidas. Se despidieron, cada una en silencio, con una promesa sagrada de amistad, sellada en el corazón. Con los ojos llenos de inocencia, con la vida llena de inexperiencia. Lejanos quedaron los días de colegio, los juegos en el patio, las noches de desvelos. Ellas, ahora mujeres capaces de conquistar su esencia misma.

Las manecillas del tiempo las acarició, convirtiéndolas en mujeres fuertes, conocedoras de un universo tan distante al de los años de la niñez, cada una en su trinchera ha conocido la alegría y el dolor, los triunfos y derrotas, riquezas y pobrezas, soledades, abandonos, como también los días azules del amor. Se enamoraron, se desilusionaron, se casaron y se divorciaron, llenaron las aulas de las universidades,  conocieron la dulzura de la maternidad y tocaron la divinidad de la creación desde su vientre maduro, se asustaron al no saber si podrían ser madres, labor que han hecho con verdadera dignidad de mujer. Conocieron a sus compañeros de camino, sus aliados, sus amantes, sus amigos. Su mejor conquista, un amor para siempre.

Ellas, que han enfrentado la vida con cantos y algarabías, danzando hacia el cielo con los brazos abiertos, sonando sus panderetas, honrando el linaje del que les viene la vida. Ellas, que también han enfrentado la muerte con respeto y humildad, que han doblado sus rodillas e inclinado el rostro en señal de fidelidad, de fe, de lealtad. Ellas, las que han vencido y siguen siendo primavera en cada amanecer.

Ellas, que han conocido golpes por caricias, palabras groseras por ternura, migajas por compañía, ellas, que fueron hasta el fondo de un negro pozo para poder resurgir de nuevo, valientes, llenas de sí. Como fuego ardiente entre cenizas. Ellas, que vieron pasar los años, evocando la magia de los días pasados, y que escondieron el alma de la juventud en la seriedad de sus hogares y que ahora se dan el permiso de sacarla a la luz y liberarla.

Ellas, ahora juntitas nuevamente, en ese punto de la madurez, ese lugar de encuentro que las trae como mujeres ganadoras en la batalla de la vida, cada una ahora con su mochila llena de experiencias, sus mejores armas en los bolsillos, contemplando nuevos horizontes, la sonrisa fresca, la mirada tierna, la palabra exacta, el abrazo por tantos años esperado. Ellas, las que ahora tejen noches de tertulias, mujeres con las que comparto una copa de vino, una dulce borrachera, una lagrima de dolor y miles de sonrisas de amor, las que inventan, las que juegan, las que cantan, las que bailan, las que abrazan, las que respetan los silencios y las que no dejan de hablar.

Ellas, circulo sagrado de mujeres valientes, mis amigas de infancia, todas ahora mujeres amantes, jóvenes eternamente enamoradas, novias de fuego, madres todo terreno, profesionales, artistas, empresarias, embajadoras del viento, de la lluvia, maestras, soñadoras… las niñas del patio del recreo.

Ellas, mis buenonas… 

© 2014. Mayela Bou



PROMO 86
COLEGIO EUCARÍSTICO
EL SALVADOR


2 comentarios:

  1. ¡Qué buena dedicatoria para todas ellas... y para ti aunque no te incluyas!! Abrazos

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  2. Gracias Ligia! En esta Oda a las niñas del recreo, no me incluyo, pero me hace feliz ser parte de este grupo de mujeres cambiantes.
    Un abrazo fuerte para ti.

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