Para
Margarita Herrera.
Ella
que nació con estirpe de guerrera, linaje de princesa, futura fuerza de mujer
valiente, la niña de los ojos de un padre que le amaba con devoción. Horas
rebosadas de dulce contemplación.
Ella
que jugó en el patio grande de una casa que vigilaba los cafetales en flor,
amiga de los niños y de las niñas que habitaban un mundo de carencia, adonde
ella pensó nunca podría ir. Un alma generosa, ella que a su Niño Dios se abocó,
para pedir el regalo más noble que alguna vez a los hijos de los jornaleros pudieron
ofrecer: el Mar.
Mediste
con tus pulgares los cafetales, sabías que el mar cabía en ese espacio idílico,
loco y soñador, bailaste al ritmo de los vientos del mar que llegaban hasta las
montañas verdes y floreadas, sueños de gaviota, ya te imaginabas con tu dulce
libertad.
Ella,
que perdió la fe en medio de su quimera, en su corazón se gestó la desilusión
de un Niño Dios que no llegaba para los pobres, al mismo tiempo nacía en ella
una conciencia rebelde que sería el bastión de su propia vida, de sus
convicciones.
Ella
que guardó en los compartimientos del olvido los años de infancia, el dolor de
la promesa no cumplida… Días extraviados que sirvieron para convertirse en
adolescente desterrada, viajera sin mapa, saeta sin rumbo, caminante
silenciosa, todo ahora en sinfonía de olvido.
Ella,
la que se convirtió en mujer en tierras lejanas, y retomando el curso de la
tierra que la vio nacer, decidió entregarle a la humanidad tres parcelitas de
su vientre maduro, y así la niña de linaje de oro se convertía en madre.
Ella,
la que jugó con muñecas de porcelana y años más tarde aprendió a empuñar un
fusil, la que caminó junto al profeta para denunciar, para mostrar al mundo las
injusticias que partían en dos su corazón, ella la que más tarde lloraría, con
inmenso dolor, la sangre injusta que derramaron los mártires de la guerra,
monstruo que se comía a grandes y sangrientos bocados su país de cafetales en
flor.
Compañera
en la lucha de aquellos hombres y mujeres que fueron hijos de obreros, de
jornaleros, de costureras, de campesinos, de vendedoras, de prostitutas, de
cocineras, de pescadores… Ahora juntos sin una clase que les separe, sin una
barrera que les impida compenetrarse. Ella, la que desde chiquilla quiso
aminorar el dolor de la pobreza, ilusa compañera de guerra. Mi guerrillera.
Ella,
la que caminaba sobre una bomba de tiempo, aferrada a las agujas de su propio
reloj, agujas con las que tejía sus sueños, su cara siempre irradiada, con la
sonrisa que adornaban sus ideologías, su cabeza alzada con el porte de una
mujer combatiente, sobre sus hombros los sueños de libertad de una nación a la
que ella tanto amó y en su alma el dolor de los caídos que abonaban los ideales
de su corazón.
Ella,
la que cambio los tacones por unas botas, la cartera por el fusil, la cama por
los caminos, los banquetes por las tortillas y los frijoles, la que aprendió la
danza del fuego con las mujeres del campo, la que se alumbró en noches
solitarias con las estrellas del cielo, la mujer enamorada de su comandante, la
que respiraba victorias; ella, que se enardecía con el puño alzado. En ese puño
guardaba las noches de utopía, sueños delirantes que un día se realizarían. Ella,
la mujer soñadora, creadora de libros, pluma de la poesía y de los cuentos que
otros concibieron, la eterna niña de los cafetales, la madre, hija y hermana,
amiga y compañera…
Ella,
ahora, la musa de mis versos.
Lapislázuli.
Hermoso post!! eriza la piel
ResponderEliminarGracias Alma! Siempre eres bienvenida a este cafecito a la media noche.
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