Caminé
desolada sobre las plataformas de la estación del tren, el perfume del invierno
era fuerte y penetrante, la tarde empezaba a caer, de las casas aledañas se
escapaba el olor de las chimeneas, gruesos troncos ya muertos dando calor al humano
cuerpo. Colores vivos de fuego.
Ahí
estaba ella, sentada, con la mirada fija
en un punto en donde se le escapaba la vida, en
el cual se le perdían los minutos lacerantes que le incrustaba el desamor en la piel, años
desaprovechados y perdidos en la confusión.
Me
senté a su lado, yo estaba nerviosa, ella no se inmutó para nada.
_Buenas
tardes. Dije con cierto temblor en la voz.
Alcancé
a sentir un suspiro que llegó débil hasta mi respiración, lo inhale
profundamente para conocer más de ella. Su esencia, su aroma. Su color.
Me
quedé sentada a su lado como si una vida entera hubiésemos compartido juntas.
Ella seguía con la mirada perdida y yo cabizbaja con la mirada sobre los rieles
del tren.
Ambas
no teníamos un rumbo determinado, no importaba si esa noche rodaría o no ese
vagón que esperábamos por tantos años. No conocíamos horarios ni destinos, solo
sabíamos que era el lugar donde podíamos cambiar el eje central de nuestra
vidas. Sepultar las horas muertas. Dar fin a un ciclo que se despedía sin
retorno alguno.
El
silencio nos abrazaba de tal forma que ninguna de las dos sentíamos frío, el
aire era ligero, transparente. Sin color. Se alojaba en los huesos y nos
borraba el dolor del alma. Después de un largo rato se rompió la mudez. Su voz
era melodiosa, pausada y dulce.
_El
cielo está muy oscuro_ Dijo, sin quitar
la mirada de su punto en el infinito.
Suspiró
y volvió a hablar suavemente
_Las
estrellas se han ido y hace mucho tiempo que orbito alrededor de un inmenso
agujero negro, hay una extraña fuerza que me llama para habitarlo, y otra que
me retiene en los afluentes de la vida, sin saber si llegare hasta el vasto
mar. Azul profundo.
Al escucharla se me estremeció el alma. Busqué con desesperación sus ojos, pero ella no me los mostraba.
Le
dije con vos suave: _yo también, a veces
no sé quién soy.
Deseo
tanto como tú, escapar, abandonarlo
todo, volver a nacer en otro lugar, en otra dimensión, con otra historia. Un
nuevo color de piel.
Sentirme
despojada y libre de mi pasado, de mis errores, de mis derrotas…
Ella
me interrumpió y dijo:
_En noches tan largas como ésta, sueño en habitar un espacio físico, idílico, perfecto, en calma, apenas quebrado por sus silencios, por los sonidos de la naturaleza en movimiento, por la silueta de mi propia soledad. En noches como ésta, suele ser el espacio real el que me da toda la fuerza condicionante y contradictoria de mi pobre existencia, de mi gris destino. Negro-blanco.
Hubo
un silencio gélido y eterno, solo se vio roto por un suspiro mío que caía al
mismo tiempo que una lagrima de sus ojos tristes. Colores transparentes.
Mi
voz empezó a salir suave, trémula… tratando de que sonara con la dulzura de un
verso, con la magia de la poesía, con el color de la música, como cuando el
dedo meñique toca un Si en la última escala del piano para cerrar la obertura.
Después
de un tiempo, que no se medir aún, rompí los colores del silencio y dije:
_Yo
también me he sentido sola en ésta vida, espacio limitado, paredes de algodón,
que se transforman en universos imaginarios adonde puedo escapar, estoy aquí
ahora… contigo_, dije admirando el brillante blanco de la primera estrella que
asomaba.
Ella
preguntó.
_
¿Y los otros?
Antes de responder, busqué su punto en el infinito, ahora en el cielo menos oscuro por la noche fría del invierno y deposité mi mirada junto a la de ella.
Café
profundo, color de la tierra, ¡vida!
_Los
demás_, dije suspirando.
_Siempre
los otros, como sujetos culpables, como trampas cazadoras interpuestas en
nuestros caminos.
Ellos
y mi consciencia no pueden convivir en mi cuerpo, por lo tanto los demás son
desterrados para enfrentarme a una
realidad que solo me pertenece a mí.
Y sin embargo, ofuscada como suelo estar en
noches sin estrellas, atrapada en dolorosas situaciones, entonces, acostumbro a
olvidar que, seguramente, de quien estoy tratando de escapar, no es sino de mi
propia sombra, de mi eterna soledad, del territorio quizá más inhóspito, cruel
y peligroso de cuantos podamos habitar: nosotros mismos.
Sin
ellos cerca de nosotros, sin culpables_.
Finalmente, ella retiró los ojos del vacío y me vio directamente al alma y, con una voz dulce, dijo:
_
Eres dueña de tu punto de partida, de tu propio espacio, de tus propias
entrañas, de tus sentimientos y pensamientos, de tus actos, de tus palabras, de
tus sueños y de las más asombrosas y originales locuras que puedas inventar.
Eres dueña de tu vida y sus consecuencias.
Eres
arco iris_.
Al
oírla hablar, ahora era yo quien tenía la mirada perdida en ese punto del vacío
de la noche sin luna.
Color
de estrellas.
-¿Sabes…?_ dije suspirando.
_Desde
aquí contemplo lo que fue, lo que pudo ser, lo que será, lo que yo decida que
sea. Quiero ser feliz.
Ella
sonrío para mí por vez primera, sus ojos y los míos se encontraron, su mirada
era bella, clara, dulce y apasionada.
El
silencio de la noche se rompía con el sonido del tren, la nube de humo adornaba
la cabeza de ese enorme dragón que corría a toda velocidad.
El
ruido de sus frenos chillantes se conjugaba con las luces que quemaban el
hierro de los rieles, en los que hace algunas horas deje la mirada.
El
tren se estacionó, mi vagón estaba frente a mí… caminé y antes de subir volví
la vista a ella y dije:
_Metamorfosis,
agujero negro, horizontes inalcanzables, caminos inconclusos, acantilados sin
piedad…
Hoy
te enfrento, vida, viajando en el vagón de la felicidad.
¿Quién
soy? ¿A dónde voy? ¿Cuándo llegaré?
No
lo sé, el camino me lo dirá.
Ella
se levantó, sonriendo alzó su mano para despedirme.
Era
hora de irme… Con casi la mitad
del cuerpo fuera de la ventana del tren, maquina ahora en marcha grité:
_¿Quién
eres?
_Soy
el color de tus días…
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