Su antiguo reloj marcaba
las horas noctámbulas…
Era una larga y álgida
noche de invierno. En sus tersas y blancas manos, ahora llenas de arrugas,
sostenía el sobre abierto y la carta que había recibido el día anterior; le
arropaba ese chal de colores vivos que compró hace muchos años, caminando de la
mano junto a su amante, en un viejo mercado de Nueva Delhi, por unas cuantas
rupias.
Su mirada dulce recorría
la habitación; no había tenido en años, más mundo que ese pequeño espacio,
donde la vida se le apagaba en dosis frágiles y pequeñas. Sobre una de sus
mesas de noche, se alzaba una columna de humo aromático que salía de una taza
con té de hojas de naranjo, su bebida favorita. A la par, en un marco antiguo, la
fotografía de la mujer amada. Y en la otra mesa, junto a una lámpara, habían
torres de sobres con cartas, amarradas con lazas de color azul que combinaban a
la perfección con el marrón del papel añejo.
Sus grandes ojos color
ámbar transitaban minuciosamente las delicadas flores de ese viejo papel tapiz,
donde éstas se repetían, una y otra vez, con dulce asimetría, a lo largo y
ancho de la pared. En cada tallo y al borde de las hojas de las florecillas
había escrito y guardado celosamente, con pequeñas letras, las frases de amor
que fueron llegando a lo largo de los años. Esa era su pasión.
No recordaba cuántos
años habían pasado desde aquella obligada despedida; no tenía idea de cómo se
le escurrió la vida, en ese lugar, en donde los días se reproducían como una
fiel copia de los anteriores. Guardaba los años en el cajón de la tristeza, llorando
por el amor secreto, y caminando con pisadas cortas y temblorosas en ese pequeño
espacio, inmenso por su crueldad.
Tomó fuerzas de las dulces
notas de un piano que le acompañaba desde el piso superior del viejo edificio
en el que vivía junto a sus hermanas. Levantó su cansado cuerpo, se elevó al
bailar con la fotografía primorosamente ceñida sobre su pecho, como si ésta le escuchara el corazón. Sus latidos
se aceleraban mientras bailaba. Por primera vez en muchos años, su pensamiento
fue claro. Supo que bajo la excusa de la
demencia, le redujeron su mundo, le cortaron sus alas, le obligaron a embarcarse
en un viaje largo y desolado. Su vida se transformó en letras, estampillas y papel.
Al finalizar la última nota del piano, tomó su pluma, la tinta se derramó como
si supiera que nunca más contaría historias. Su escritura delicada como un
susurro buscó espacio entre las flores de la pared:
"Mi
amada, mi dulce y fiel mujer. Prepara el
equipaje. Pronto iremos donde el amor es un bálsamo, libre, fuerte, sutil,
eterno.
Esa fue su última frase
de amor, con esas letras firmaba una
historia de amor prohibido. Para ella, esa noche, las letras se habían
terminado.
Guardó su pluma en una
cajita de ébano, al abrirla inhaló por última vez el aroma del sándalo, apartó
los pétalos secos de alguna flor que un día le coloreó el alma. Esa noche fría
se apagaban para siempre las antiguas farolas, fieles centinelas, del número 48 de la calle Cristal, en una
ciudad donde dos mujeres tienen prohibido amarse.
Se colocó sobre su
cuello, la cadena de plata con el triskel con el que ellas habían sellado
silenciosamente su promesa de amor. Al ponérsela, recordó aquel beso suave y
tierno; el triskel estaba entre sus labios. Desató el rimero de cartas, las esparció por su cama, por toda
la habitación; se vistió de fiesta, quemó incienso, tal como aquella tarde de
septiembre en la que por primera vez hicieron el amor. Abrió la ventana para
buscar la luna, aunque solo sintió el frío del invierno sobre su cara; puso
sobre la mesa dos copas de vino tinto, sonrió plácida, ligera. Alzó la copa y
brindó por ellas,
Se sentó abrigada a esperar
a su amante, la mujer por siempre amada, la musa de sus letras de amor. La
muerte fue su cómplice; las recogió esa misma noche, a la misma hora, en
diferentes ciudades. Sus almas viajaron juntas en lo profundo del silencio, el
pacto hace años establecido se había cumplido. Desde ahora por siempre juntas, moldeadas
en un abrazo eterno, en un amor finalmente triunfante.
El antiguo reloj de pared se detuvo al despuntar el alba…
© 2014. Mayela Bou
© 2014. Mayela Bou
Maye!!! Nuevamente me quedo sin palabras, solo emociones. Tus letras siempre logran evocar mis sentimientos, hoy dolor y amor.
ResponderEliminarNo te tardes mucho!!!! No dejes de escribir....
Tú sabes,
Liza.
Gracias Liza! gracias por todos los días en los que hemos tomado café a la media noche, entre el silencio y la ausencia, en medio del dolor y del amor.
EliminarGracias por estar siempre pendiente de mi portal.
Muy bueno, amiga. Gracias por compartirlo con nosotros.
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