Ellas, las amigas de mi infancia, las
compañeras del colegio, las niñas en el patio de recreo, las que bordan, las
que estudian, las que rezan, las enamoradas, las que juegan, las coquetas, las
rebeldes, las miedosas y las obedientes. Todas ellas pétalos de una misma flor.
Estrellas de un mismo cielo. Rayitos de un mismo sol.
Ellas, niñas creciendo para ser mujeres,
guardando en sus mochilas los retos y desafíos con los que un día conquistarían
sus más elevados sueños. Adolecentes, constructoras de mágicos caminos, hechos
de sol y lluvia, dueñas de su eterna juventud, amantes de su espíritu femenino,
niñas con sonrisas de miel y caña. Canto de sirenas.
Ellas, que cada día se perfumaron con la
fragancia del futuro, se maquillaron con los colores de la primera, arroparon
sus cuerpos con el arco iris y, por pendientes, colgaron dos lunas llenas, para
iluminar sus rostros de mujeres bellas. Ellas, que aprendieron la danza de la
vida, a mover sus caderas con el ritmo de los tambores del corazón, pasos
firmes, grito de guerra, mirada al frente. Y en sus ojos, los mapas de ese
lejano lugar donde los sueños se hacen realidad.
Ellas, que abandonaron con las alas abiertas
los muros de su colegio, se sintieron propietarias del mundo, capaces de andar
los caminos más agrestes, de enfrentar las noches más oscuras, de sobrevivir a
los inviernos más desalmados; ellas, convertidas ahora en guerreras de la vida.
Fueron muchas las rutas, los caminos trazados,
los campos, veredas y montañas, los ríos y los mares que cada una cruzó; el
mundo les abrazó como quien recibe a sus más amadas hijas, y las llevó por
tierras generosas, pero desconocidas. Se despidieron, cada una en silencio, con
una promesa sagrada de amistad, sellada en el corazón. Con los ojos llenos de inocencia,
con la vida llena de inexperiencia. Lejanos quedaron los días de colegio, los
juegos en el patio, las noches de desvelos. Ellas, ahora mujeres capaces de
conquistar su esencia misma.
Las manecillas del tiempo las acarició,
convirtiéndolas en mujeres fuertes, conocedoras de un universo tan distante al
de los años de la niñez, cada una en su trinchera ha conocido la alegría y el
dolor, los triunfos y derrotas, riquezas y pobrezas, soledades, abandonos, como
también los días azules del amor. Se enamoraron, se desilusionaron, se casaron
y se divorciaron, llenaron las aulas de las universidades, conocieron la dulzura de la maternidad y
tocaron la divinidad de la creación desde su vientre maduro, se asustaron al no
saber si podrían ser madres, labor que han hecho con verdadera dignidad de
mujer. Conocieron a sus compañeros de camino, sus aliados, sus amantes, sus
amigos. Su mejor conquista, un amor para siempre.
Ellas, que han enfrentado la vida con cantos y
algarabías, danzando hacia el cielo con los brazos abiertos, sonando sus
panderetas, honrando el linaje del que les viene la vida. Ellas, que también
han enfrentado la muerte con respeto y humildad, que han doblado sus rodillas e
inclinado el rostro en señal de fidelidad, de fe, de lealtad. Ellas, las que
han vencido y siguen siendo primavera en cada amanecer.
Ellas, que han conocido golpes por caricias,
palabras groseras por ternura, migajas por compañía, ellas, que fueron hasta el
fondo de un negro pozo para poder resurgir de nuevo, valientes, llenas de sí.
Como fuego ardiente entre cenizas. Ellas, que vieron pasar los años, evocando
la magia de los días pasados, y que escondieron el alma de la juventud en la
seriedad de sus hogares y que ahora se dan el permiso de sacarla a la luz y
liberarla.
Ellas, ahora juntitas nuevamente, en ese punto
de la madurez, ese lugar de encuentro que las trae como mujeres ganadoras en la
batalla de la vida, cada una ahora con su mochila llena de experiencias, sus
mejores armas en los bolsillos, contemplando nuevos horizontes, la sonrisa
fresca, la mirada tierna, la palabra exacta, el abrazo por tantos años
esperado. Ellas, las que ahora tejen noches de tertulias, mujeres con las que
comparto una copa de vino, una dulce borrachera, una lagrima de dolor y miles
de sonrisas de amor, las que inventan, las que juegan, las que cantan, las que
bailan, las que abrazan, las que respetan los silencios y las que no dejan de
hablar.
Ellas, circulo sagrado de mujeres valientes, mis
amigas de infancia, todas ahora mujeres amantes, jóvenes eternamente
enamoradas, novias de fuego, madres todo terreno, profesionales, artistas,
empresarias, embajadoras del viento, de la lluvia, maestras, soñadoras… las
niñas del patio del recreo.
Ellas, mis buenonas…
© 2014. Mayela Bou
© 2014. Mayela Bou
PROMO 86
COLEGIO EUCARÍSTICO
EL SALVADOR
¡Qué buena dedicatoria para todas ellas... y para ti aunque no te incluyas!! Abrazos
ResponderEliminarGracias Ligia! En esta Oda a las niñas del recreo, no me incluyo, pero me hace feliz ser parte de este grupo de mujeres cambiantes.
ResponderEliminarUn abrazo fuerte para ti.