Me detengo un año más a observar el trayecto que día a día
he caminado, me envuelve un dulce silencio azul, como el de los mares
adormecidos. Un año de encuentros conmigo misma, de horas infinitas frente al
espejo, curando heridas que ya no saben más ha pecado. Sonriendo con la niña
que tanto me ha cuidado. Amor, reflejo. Honrar la vida, más que vivirla, un
aprendizaje que cambió mi rumbo, mi destino, mis días por venir
Los años han traído en las manecillas del reloj virtudes
nuevas, esas que al final nos damos cuenta que hemos pagado con las facturas de
las experiencias. Los acontecimientos me han enseñado a obtener la madurez de
cada kilómetro conquistado, liberar los peajes y continuar sin deudas del
pasado.
En mi nueva travesía, esta que comienzo ahora, busco horizontes
nuevos, quiero caminar a la orilla del mar, subir montañas y conquistar los
cielos. Hacer realidad mis sueños. Bailar y cantar. Reír hasta llorar. Dar y
recibir. Viajar y llegar. Amar y ser amada. Leer y escribir. Prometer y
cumplir. Soñar y despertar. Vivir cada
instante honrando la vida.
Km 48, aquí estoy, armada de esperanzas, feliz. Te recibo con amor, me lleno de ti, de cada
uno de tus segundos, deseo vivirte en paz y armonía, con amigos y familia, te acepto con todos los retos y desafíos que
el futuro nos imponga, alzo mi copa y bendigo la vida que me tiene un año más
celebrando en esta parte del mundo, tierra de bonanzas, junto a mis seres amados.
Era una larga y álgida
noche de invierno. En sus tersas y blancas manos, ahora llenas de arrugas,
sostenía el sobre abierto y la carta que había recibido el día anterior; le
arropaba ese chal de colores vivos que compró hace muchos años, caminando de la
mano junto a su amante, en un viejo mercado de Nueva Delhi, por unas cuantas
rupias.
Su mirada dulce recorría
la habitación; no había tenido en años, más mundo que ese pequeño espacio,
donde la vida se le apagaba en dosis frágiles y pequeñas. Sobre una de sus
mesas de noche, se alzaba una columna de humo aromático que salía de una taza
con té de hojas de naranjo, su bebida favorita. A la par, en un marco antiguo, la
fotografía de la mujer amada. Y en la otra mesa, junto a una lámpara, habían
torres de sobres con cartas, amarradas con lazas de color azul que combinaban a
la perfección con el marrón del papel añejo.
Sus grandes ojos color
ámbar transitaban minuciosamente las delicadas flores de ese viejo papel tapiz,
donde éstas se repetían, una y otra vez, con dulce asimetría, a lo largo y
ancho de la pared. En cada tallo y al borde de las hojas de las florecillas
había escrito y guardado celosamente, con pequeñas letras, las frases de amor
que fueron llegando a lo largo de los años. Esa era su pasión.
No recordaba cuántos
años habían pasado desde aquella obligada despedida; no tenía idea de cómo se
le escurrió la vida, en ese lugar, en donde los días se reproducían como una
fiel copia de los anteriores. Guardaba los años en el cajón de la tristeza, llorando
por el amor secreto, y caminando con pisadas cortas y temblorosas en ese pequeño
espacio, inmenso por su crueldad.
Tomó fuerzas de las dulces
notas de un piano que le acompañaba desde el piso superior del viejo edificio
en el que vivía junto a sus hermanas. Levantó su cansado cuerpo, se elevó al
bailar con la fotografía primorosamente ceñida sobre su pecho, como si ésta le escuchara el corazón. Sus latidos
se aceleraban mientras bailaba. Por primera vez en muchos años, su pensamiento
fue claro.Supo que bajo la excusa de la
demencia, leredujeron su mundo, lecortaron sus alas, le obligaron a embarcarse
en un viaje largo y desolado. Su vida se transformó en letras, estampillas y papel.
Al finalizar la última nota del piano, tomó su pluma, la tinta se derramó como
si supiera que nunca más contaría historias. Su escritura delicada como un
susurro buscó espacio entre las flores de la pared:
"Mi
amada, mi dulce y fiel mujer. Prepara el
equipaje. Pronto iremos donde el amor es un bálsamo, libre, fuerte, sutil,
eterno.
Esa fue su última frase
de amor, con esas letras firmaba una
historia de amor prohibido. Para ella, esa noche, las letras se habían
terminado.
Guardó su pluma en una
cajita de ébano, al abrirla inhaló por última vez el aroma del sándalo, apartó
los pétalos secos de alguna flor que un día le coloreó el alma. Esa noche fría
se apagaban para siempre las antiguas farolas, fieles centinelas, del número 48 de la calle Cristal, en una
ciudad donde dos mujeres tienen prohibido amarse.
Se colocó sobre su
cuello, la cadena de plata con el triskel con el que ellas habían sellado
silenciosamente su promesa de amor. Al ponérsela, recordó aquel beso suave y
tierno; el triskel estaba entre sus labios. Desató el rimerode cartas, las esparció por su cama, por toda
la habitación; se vistió de fiesta, quemó incienso, tal como aquella tarde de
septiembre en la que por primera vez hicieron el amor. Abrió la ventana para
buscar la luna, aunque solo sintió el frío del invierno sobre su cara; puso
sobre la mesa dos copas de vino tinto, sonrió plácida, ligera. Alzó la copa y
brindó por ellas,
Se sentó abrigada a esperar
a su amante, la mujer por siempre amada, la musa de sus letras de amor. La
muerte fue su cómplice; las recogió esa misma noche, a la misma hora, en
diferentes ciudades. Sus almas viajaron juntas en lo profundo del silencio, el
pacto hace años establecido se había cumplido. Desde ahora por siempre juntas, moldeadas
en un abrazo eterno, en un amor finalmente triunfante.
El antiguo reloj de pared se detuvo al despuntar el alba…
Hace
15 años, estábamos en un Mayo lluvioso también. Y heme aquí ahora, en una
madrugada que me arrulla con el cantar del cielo, y que no difiere mucho de la
de aquel 26 de mayo. Hoy como ayer, sigo
estando llena de gratitud con la vida, con el universo, con Dios, contigo, por
haber llegado así, silenciosa, de puntillas, llena de magia, con la fresca lluvia en todo
tu ser, los ojitos llenos de ilusión, repleta de luz, de amor y algarabía.
Convertiste nuestra casa en ese cielo palpitante de ruiseñores y aves que guarda el arcoíris.
No
puedo dejar de recordar ese instante en el que nos vimos por primera vez, ambas
estábamos llenas de brío, de fuerza, de lucha, tú por salir a la vida y
conquistarla, y yo empujándote a que con todas tus esperanzas te abrazaras a
ella. Desde entonces entre nosotras existe esa asombrosa fuerza interior que
nos denomina mujeres, y que nos coloca
en la eternidad como madre-hija.
La
llegada de tus hermanos me proporcionaba
cierta experiencia, me habían otorgado ese par de nobles caballeros, el título
de mamá. Pero al tenerte en mis brazos, tan delicada y frágil, volví a sentir esa sensación extraña, de no
saber si lo podría hacer bien, era volver a iniciar el camino que recorremos las “mujeres-madres”, esa
tierra que se cruza sin dirección exacta, sin brújula, con los ojos vendados, sin
abrigo para las inclemencias del tiempo, pero que al final nos lleva a la
tierra prometida, al jardín de la sabiduría, al regazo de Dios.
Y
así caminando con cierta delicadeza, fueron pasando los inviernos en este mi loco
corazón, nada podía ser más perfecto que saberte a mi lado, sentir tus bracitos
alrededor de mi cuello, ver tu carita buscando reflejarse en mis ojos,
escucharte sonreír, darte la mano para tus primeros pasos, tocar el cielo con
el primer “mamá”, saberte mía,
reconocerme en ti y aceptar con humildad tus diferencias.
Cada
día de tu existencia has llenado mi vida de dulzura, he vivido estos 15 años
entre, pañales, biberones, vestiditos, zapatillas de baile, libros de
cuento, peluches, triciclos, pinceles,
plastilinas y todo aquello que en el instante que llegaba a tus manos se
convertía en fiesta. Con los años todos esos chunchitos y cositos fueron
cambiando a vestidos de noche, de
fiesta, aretes, pintura para uñas, tacones, maquillaje, carteras, y mágicamente
todo eso en ti se vuelve a convertir en fiesta.
Verte
crecer ha sido una de mis mayores bendiciones, tener el privilegio cada día, de
tu sonrisa loca, de tus pucheros y enojos, de tus horas de teatro, sentir que
el corazón se me derretía cuando me decías “lovo”, verte con tu libro en las
manos y escucharte gritar totalmente absorbida por la emoción, amar cada uno de
esos instantes en los que sacas ese maravilloso sentido del humor, cómo no amar
a la niña generosa que comparte sus cosas y su tiempo con los demás, a la niña
que llora por el dolor ajeno, a la niña que ama la justicia, cómo no enamorarme
de tu humanidad tan espontánea, honesta y sincera.
Amo
infinitamente nuestras tertulias, nuestras
conversaciones, esas en las que arreglamos el mundo, planificamos el futuro,
nos reímos de todo y que al final, lo único que perdemos es el sueño. Esas mágicas
horas nocturnas de contar hasta mil para invocar el sueño, de inventar cuentos
no contados, de silencios, reclamos y risas escondidas, nuestras fiestas con los
grillos, chicotes y luciérnagas, esas mágicas
horas en las que los noctámbulos preparamos en el telar de la vida los colores
del alba.
15
años Fatimita!! Estas en la puerta que al traspasarla deja la infancia y te prepara para la juventud,
esa que puede ser eterna en tu corazón, y a la que llegas ahora llena de
ilusiones. Vienen nuevos retos, nuevos horizontes, la vida va girando y no se
detiene, solo te pido que tus valores y principios enarbolen tu esencia de
mujer, tu digna humanidad, y que siempre, siempre te sientas orgullosa de ser quien
eres, que cada día desafíes la vida con la frente en alto, que nunca nadie te
empequeñezca, ni nunca conozcas la sumisión, que la humildad sea siempre un
reto para ti, y que camines orgullosa de
pertenecer a un linaje de mujeres valientes, luchadoras, y con una enorme
capacidad de amar.
“LO ESTAS MAL ACOSTUMBRANDO A LOS BRAZOS” me afirmó el
verdulero…
Díselo a la naturaleza, que lo ubicó 9 meses cerca de mi
corazón, 9 meses al compás de mi respiración, 9 meses en compañía de mi voz.
Ella lo mal acostumbró primero, que sabiamente llenó mis
pechos lecheros, para seguir siendo, uno los dos.
Que te explique la naturaleza, por qué me sonríe cuando
estoy fea y me estira los brazos loco de amor.
¿Que lo estoy mal criando en brazos cuándo no me pide
zapatos, ni un auto de lujo, tan solo que lo tome, por besos babosos a cambio?
¡No me niego a sus brazos! ¿Por qué negarme?
Sería reprimir el amor más puro e incondicional. Me pide
brazos porque después de pasar casi un año tan unidos como jamás lo volveremos
a estar, nuestro único consuelo es abrazarnos, para no extrañarnos tanto y
amarnos más y más.
Después de todo, más temprano que tarde aprenderá a caminar
y todo esto será un hermoso recuerdo, de cuando una vez él fue bebé y mis
brazos eran todo para él.
Así que señor verdulero, sin duda la naturaleza es más sabia
que ambos, lo que para usted es “mal acostumbrarlo a los brazos” él lo llama
AMAR, MAMAR, MAMÁ.
Ni los árboles sueltan sus frutos pequeños… los cargan hasta
que estén listos, es lo natural
Ellas, las amigas de mi infancia, las
compañeras del colegio, las niñas en el patio de recreo, las que bordan, las
que estudian, las que rezan, las enamoradas, las que juegan, las coquetas, las
rebeldes, las miedosas y las obedientes. Todas ellas pétalos de una misma flor.
Estrellas de un mismo cielo. Rayitos de un mismo sol.
Ellas, niñas creciendo para ser mujeres,
guardando en sus mochilas los retos y desafíos con los que un día conquistarían
sus más elevados sueños. Adolecentes, constructoras de mágicos caminos, hechos
de sol y lluvia, dueñas de su eterna juventud, amantes de su espíritu femenino,
niñas con sonrisas de miel y caña. Canto de sirenas.
Ellas, que cada día se perfumaron con la
fragancia del futuro, se maquillaron con los colores de la primera, arroparon
sus cuerpos con el arco iris y, por pendientes, colgaron dos lunas llenas, para
iluminar sus rostros de mujeres bellas. Ellas, que aprendieron la danza de la
vida, a mover sus caderas con el ritmo de los tambores del corazón, pasos
firmes, grito de guerra, mirada al frente. Y en sus ojos, los mapas de ese
lejano lugar donde los sueños se hacen realidad.
Ellas, que abandonaron con las alas abiertas
los muros de su colegio, se sintieron propietarias del mundo, capaces de andar
los caminos más agrestes, de enfrentar las noches más oscuras, de sobrevivir a
los inviernos más desalmados; ellas, convertidas ahora en guerreras de la vida.
Fueron muchas las rutas, los caminos trazados,
los campos, veredas y montañas, los ríos y los mares que cada una cruzó; el
mundo les abrazó como quien recibe a sus más amadas hijas, y las llevó por
tierras generosas, pero desconocidas. Se despidieron, cada una en silencio, con
una promesa sagrada de amistad, sellada en el corazón. Con los ojos llenos de inocencia,
con la vida llena de inexperiencia. Lejanos quedaron los días de colegio, los
juegos en el patio, las noches de desvelos. Ellas, ahora mujeres capaces de
conquistar su esencia misma.
Las manecillas del tiempo las acarició,
convirtiéndolas en mujeres fuertes, conocedoras de un universo tan distante al
de los años de la niñez, cada una en su trinchera ha conocido la alegría y el
dolor, los triunfos y derrotas, riquezas y pobrezas, soledades, abandonos, como
también los días azules del amor. Se enamoraron, se desilusionaron, se casaron
y se divorciaron, llenaron las aulas de las universidades, conocieron la dulzura de la maternidad y
tocaron la divinidad de la creación desde su vientre maduro, se asustaron al no
saber si podrían ser madres, labor que han hecho con verdadera dignidad de
mujer. Conocieron a sus compañeros de camino, sus aliados, sus amantes, sus
amigos. Su mejor conquista, un amor para siempre.
Ellas, que han enfrentado la vida con cantos y
algarabías, danzando hacia el cielo con los brazos abiertos, sonando sus
panderetas, honrando el linaje del que les viene la vida. Ellas, que también
han enfrentado la muerte con respeto y humildad, que han doblado sus rodillas e
inclinado el rostro en señal de fidelidad, de fe, de lealtad. Ellas, las que
han vencido y siguen siendo primavera en cada amanecer.
Ellas, que han conocido golpes por caricias,
palabras groseras por ternura, migajas por compañía, ellas, que fueron hasta el
fondo de un negro pozo para poder resurgir de nuevo, valientes, llenas de sí.
Como fuego ardiente entre cenizas. Ellas, que vieron pasar los años, evocando
la magia de los días pasados, y que escondieron el alma de la juventud en la
seriedad de sus hogares y que ahora se dan el permiso de sacarla a la luz y
liberarla.
Ellas, ahora juntitas nuevamente, en ese punto
de la madurez, ese lugar de encuentro que las trae como mujeres ganadoras en la
batalla de la vida, cada una ahora con su mochila llena de experiencias, sus
mejores armas en los bolsillos, contemplando nuevos horizontes, la sonrisa
fresca, la mirada tierna, la palabra exacta, el abrazo por tantos años
esperado. Ellas, las que ahora tejen noches de tertulias, mujeres con las que
comparto una copa de vino, una dulce borrachera, una lagrima de dolor y miles
de sonrisas de amor, las que inventan, las que juegan, las que cantan, las que
bailan, las que abrazan, las que respetan los silencios y las que no dejan de
hablar.
Ellas, circulo sagrado de mujeres valientes, mis
amigas de infancia, todas ahora mujeres amantes, jóvenes eternamente
enamoradas, novias de fuego, madres todo terreno, profesionales, artistas,
empresarias, embajadoras del viento, de la lluvia, maestras, soñadoras… las
niñas del patio del recreo.