julio 21, 2014

PACTO








Su antiguo reloj marcaba las horas noctámbulas…


Era una larga y álgida noche de invierno. En sus tersas y blancas manos, ahora llenas de arrugas, sostenía el sobre abierto y la carta que había recibido el día anterior; le arropaba ese chal de colores vivos que compró hace muchos años, caminando de la mano junto a su amante, en un viejo mercado de Nueva Delhi, por unas cuantas rupias.

Su mirada dulce recorría la habitación; no había tenido en años, más mundo que ese pequeño espacio, donde la vida se le apagaba en dosis frágiles y pequeñas. Sobre una de sus mesas de noche, se alzaba una columna de humo aromático que salía de una taza con té de hojas de naranjo, su bebida favorita. A la par, en un marco antiguo, la fotografía de la mujer amada. Y en la otra mesa, junto a una lámpara, habían torres de sobres con cartas, amarradas con lazas de color azul que combinaban a la perfección con el marrón del papel añejo.

Sus grandes ojos color ámbar transitaban minuciosamente las delicadas flores de ese viejo papel tapiz, donde éstas se repetían, una y otra vez, con dulce asimetría, a lo largo y ancho de la pared. En cada tallo y al borde de las hojas de las florecillas había escrito y guardado celosamente, con pequeñas letras, las frases de amor que fueron llegando a lo largo de los años. Esa era su pasión.

No recordaba cuántos años habían pasado desde aquella obligada despedida; no tenía idea de cómo se le escurrió la vida, en ese lugar, en donde los días se reproducían como una fiel copia de los anteriores. Guardaba los años en el cajón de la tristeza, llorando por el amor secreto, y caminando con pisadas cortas y temblorosas en ese pequeño espacio, inmenso por su crueldad.

Tomó fuerzas de las dulces notas de un piano que le acompañaba desde el piso superior del viejo edificio en el que vivía junto a sus hermanas. Levantó su cansado cuerpo, se elevó al bailar con la fotografía primorosamente ceñida sobre su pecho, como  si ésta le escuchara el corazón. Sus latidos se aceleraban mientras bailaba. Por primera vez en muchos años, su pensamiento fue claro.  Supo que bajo la excusa de la demencia, le  redujeron su mundo, le  cortaron sus alas, le obligaron a embarcarse en un viaje largo y desolado. Su vida se transformó en letras, estampillas y papel. Al finalizar la última nota del piano, tomó su pluma, la tinta se derramó como si supiera que nunca más contaría historias. Su escritura delicada como un susurro buscó espacio entre las flores de la pared:



"Mi amada, mi dulce y fiel mujer.  Prepara el equipaje.  Pronto iremos donde  el amor es un bálsamo, libre, fuerte, sutil, eterno.



Esa fue su última frase de amor, con esas letras  firmaba una historia de amor prohibido. Para ella, esa noche, las letras se habían terminado.

Guardó su pluma en una cajita de ébano, al abrirla inhaló por última vez el aroma del sándalo, apartó los pétalos secos de alguna flor que un día le coloreó el alma. Esa noche fría se apagaban para siempre las antiguas farolas, fieles centinelas,  del número 48 de la calle Cristal, en una ciudad donde dos mujeres tienen prohibido amarse.

Se colocó sobre su cuello, la cadena de plata con el triskel con el que ellas habían sellado silenciosamente su promesa de amor. Al ponérsela, recordó aquel beso suave y tierno; el triskel estaba entre sus labios. Desató el rimero  de cartas, las esparció por su cama, por toda la habitación; se vistió de fiesta, quemó incienso, tal como aquella tarde de septiembre en la que por primera vez hicieron el amor. Abrió la ventana para buscar la luna, aunque solo sintió el frío del invierno sobre su cara; puso sobre la mesa dos copas de vino tinto, sonrió plácida, ligera. Alzó la copa y brindó por ellas,

Se sentó abrigada a esperar a su amante, la mujer por siempre amada, la musa de sus letras de amor. La muerte fue su cómplice; las recogió esa misma noche, a la misma hora, en diferentes ciudades. Sus almas viajaron juntas en lo profundo del silencio, el pacto hace años establecido se había cumplido. Desde ahora por siempre juntas, moldeadas en un abrazo eterno, en un amor finalmente triunfante.


El  antiguo reloj  de pared se detuvo al despuntar el alba… 



 © 2014. Mayela Bou